sábado, 24 de octubre de 2009

PARADIGMA

Nogueira y Castro hacen referencia a Th. S Khun (1922-1996), en La estructura de las revoluciones científicas donde sostiene que toda la ciencia de una época está montada sobre un paradigma determinado, y es cuando este paradigma se demuestra inadecuado, cuando se producen revoluciones científicas para sustituir el antiguo por un nuevo paradigma (como ocurrió con la visión del mundo copernicana, que derrocó a la visión aristotélica o con la teoría de la relatividad de Albert Einstein que sustituyó a la visión newtoniana de la realidad como la forma más apropiada de aproximarse al mundo)

Esta obra supuso una auténtica revolución en la forma de entender el desarrollo de la ciencia. Apunta que el conocimiento científico es un “producto intrínseco de las comunidades científicas”, y que, en definitiva, no existen unos criterios estrictamente racionales o asociales que puedan por sí solos dar cuenta de los procesos de cambio del conocimiento científico.

Es decir, las divisiones a las que se habían visto sometidas las ciencias sociales respecto a su trabajo (justificación-descubrimiento…) se rompen gracias a este físico e historiador de la ciencia.

No resulta posible aislar una definición única y operativa del concepto de paradigma, y es, de todos los conceptos que acuñó Khun, el más exitoso. Aunque no fue el único en hacer referencia a este término, ya que la noción de paradigma tiene un origen antiguo en la historia del pensamiento filosófico, supuso un paso que acercó radicalmente las ciencias naturales (biología, física…), con un camino supuestamente lineal, y las ciencias sociales, siempre enzarzadas en la discusión de los mismos problemas. Nogueira y Morales Navarro pág. 410 en su libro Metodología de las Ciencias Sociales Una Introducción Crítica 2ªedición definen paradigma como “una amalgama de creencias básicas, métodos, conceptos y valores compartidos por una comunidad científica”. Para estos autores la tesis central de Khun del año 1962, es que “el paradigma define el espacio de lo pensable y practicable en un momento histórico determinado para una comunidad científica, a la vez que se establecen los modos en que ha de investigarse y representarse la realidad a través de ciertos métodos colectivamente sancionados”pág.410. El paradigma actúa, sin duda, como condición de posibilidad de toda investigación científica y como límite convencional al desarrollo potencial del saber científico; ¿hasta dónde extiende la ciencia sus brazos?

Como afirma Piergiorgio Corbetta en su libro Metodología y Técnicas de Investigación Social editorial Mc Graw Hill edición revisada pág.5 “Si un paradigma, una ciencia no tendría orientaciones ni criterios de elección: todos los problemas, todos los métodos, y todas las técnicas serían válidos. El paradigma sirve como guía para la ciencia.”
Kuhn (1962) estableció tres diferencias esenciales entre paradigmas rivales:

* ienen diferentes concepciones sobre la ciencia de la que se ocupan y tratan de resolver diferentes problemas.
* Entre ellos se dan divergencias conceptuales que están unidas a sus diferentes lenguajes teóricos y a la distinta interpretación ontológica de los datos que analizan.
* Sus respectivos defensores no perciben la misma visión del mundo.

Estas tesis se oponen al principal dogma positivista: la existencia de una misma base empírica para todos los científicos. A partir de análisis de casos históricos, Kuhn (1962) se muestra en contra, subrayando que las diferencias entre dos paradigmas rivales son irreconciliables, pudiendo ser ontológicas, epistemológicas, conceptuales y perceptivas. Los cambios drásticos de paradigmas (revoluciones científicas) suponen siempre una modificación en la visión de los científicos sobre el mundo, aunque éste no cambie. Por tal motivo, pese a que las explicaciones de Kuhn de los procesos radicales de cambio científico se han considerado relativistas, no parece razonable considerar a Kuhn un relativista ontológico, sino más bien un relativista epistemológico.

Otro de los argumentos relativistas más elaborados sobre la imposibilidad de comparar las teorías científicas adecuadamente es la tesis de la inconmensurabilidad, que plantea el problema de la traducción del significado de los conceptos entre paradigmas rivales. Las nociones científicas no están aisladas, sino que su significado les viene conferido por la red de supuestos con los que están asociadas en el marco del paradigma. La traducción entre paradigmas está radicalmente infradeterminada por las experiencias, de modo que nunca podemos estar seguros de haber llegado al significado real de los términos en su lenguaje propio. Esta tesis es central en toda la obra de Kuhn, guarda una estrecha relación con la carga teórica de la observación y también tiene implicaciones ontológicas que han contribuido ha reavivar la polémica sobre el realismo en los últimos años (Pérez-Ransanz 1999). Así mismo, representa la fuente más poderosa de argumentos contra la popular idea de que las teorías acaban siendo incluidas (reducidas) en las teorías alternativas triunfantes y, por tanto, que el desarrollo científico es acumulativo (una idea común, difundida y asumida desde el mismo nacimiento de la ciencia moderna en el siglo XVII, que se asocia a la imagen oficial de la ciencia), ya que la inconmensurabilidad permite dar cuenta de las rupturas y las pérdidas que necesariamente se producen en las revoluciones científicas entre dos paradigmas rivales.

Inicialmente, Kuhn (1962) utilizó la inconmensurabilidad desde posiciones menos radicales que las de Feyerabend (1975); pero, mientras que éste se limita al nivel semántico (Vázquez, 1997), Kuhn se extiende a un ámbito mucho más amplio, abarcando las diferencias entre paradigmas rivales tanto en los aspectos cognitivos (supuestos ontológicos de existencia, percepción del mundo, sistemas conceptuales, postulados teóricos, etc.) como metodológicos (estrategias procedimentales, técnicas experimentales, criterios de evaluación, etc.). Esta versión kuhniana, centrada en la inconmensurabilidad entre paradigmas, es más global y, en consecuencia, pierde precisión respecto a la de Feyerabend (Pérez-Ransanz 1999). En sus escritos posteriores de las décadas de los setenta y los ochenta, Kuhn (1983a, 1983b) ganó claridad acotándola a la imposibilidad de traducir los lenguajes científicos de teorías rivales (Zamora, 1994). De esta manera Kuhn ha acabado por mantener tesis con algunas semejanzas (pero también con importantes diferencias) a las de Quine (1960) sobre la indeterminación de la traducción (Vázquez 1997), convirtiéndose en un relativista lingüístico. Para Kuhn, no hay, ni puede haber, un lenguaje universal para la ciencia, porque los diferentes paradigmas modifican el lenguaje científico profundamente al tener una generalización simbólica distinta cada uno de ellos (Echeverría, 1999). Posteriormente, Kuhn (1991) se mostró convencido de que su tesis de la inconmensurabilidad no se oponía a la racionalidad científica sino que abría el camino hacia otra forma de concebirla16 , que no está basada en la posibilidad de una completa traducción semántica. Frente a la exigencia de traducción de significados, Kuhn argumenta que la racionalidad científica lo que necesita es la interpretación y comprensión de las teorías rivales (Zamora, 1994), algo que es muy familiar en el trabajo de los historiadores de la ciencia. En esta nueva aproximación al problema de la racionalidad, los principios normativos y evaluativos deben obtenerse de la Historia de la Ciencia, en vez de importarlos directamente de algún paradigma preferido para tomarlos como el fundamento de la reconstrucción racional a priori de la ciencia.

Para Feyerabend (1975) dos teorías científicas rivales son inconmensurables cuando sus principios fundamentales son tan radicalmente diferentes que no es posible formular los conceptos básicos de una de ellas en los términos de la otra, con lo que ambas teorías no compartirán ningún enunciado observacional y no será posible compararlas desde un punto de vista lógico. Aunque sean inconmensurables existen algunas formas de compararlas; por ejemplo, puede hacerse en función de su coherencia interna o de su fiabilidad. También se pueden confrontar con una serie de situaciones observables y ver cuál es el grado de compatibilidad de cada una de ellas con tales situaciones, interpretadas siempre en función de sus propios términos. El problema surge a la hora de elegir los criterios de comparación adecuados. Feyerabend (1975) subraya que la resolución de esta cuestión y, por tanto, la elección entre dos teorías rivales inconmensurables es subjetiva17 . Esta conclusión ha sido criticada por Chalmers (1982) y Olivé (1992), entre otros, matizando que aun cuando las valoraciones que puedan hacerse de una teoría científica sean en parte subjetivas, ya que están condicionadas por factores contextuales, esto no significa que forzosamente sean inmunes a una argumentación racional, estando abiertas a la crítica e, incluso, a un posible cambio de opinión a partir de buenos argumentos y de la modificación de las condiciones contextuales.

Otra de las cuestiones importantes suscitada por el relativismo es la demarcación entre lo que es ciencia y lo que no lo es. Para un racionalista sólo son teorías científicas las que pueden ser evaluadas con un criterio universal y superen la prueba empírica correspondiente. Por el contrario, un relativista negará la posibilidad de que exista un criterio de racionalidad único, intemporal y universal, por el que una teoría pueda ser considerada mejor o peor que su rival. Aunque moderado, Kuhn sí se muestra relativista en esta cuestión ya que rechaza la necesidad de tajantes fundamentos universales para evaluar el conocimiento científico; los criterios de valoración de las teorías científicas pueden variar de un científico a otro y, más aún, de una comunidad de científicos a otra. Para comprender por qué un científico elige una teoría hay que saber qué es lo que valora, lo cual supone una buena dosis de subjetividad e, incluso, admitir la posibilidad de la intervención de elementos no racionales al tomar su decisión. De la misma forma, la selección de una teoría por parte de una comunidad de científicos dependerá también de lo que éstos valoran. Para los relativistas radicales, la demarcación entre ciencia y no-ciencia es mucho menos importante y más arbitraria que para los racionalistas. Tal puede ser el caso de filósofos como Feyerabend (1975) o, más recientemente, el de Von Glasersfeld (1987, 1995), un relativista constructivista radical cuyos argumentos han sido muy criticados por Matthews (1992b, 1994b,c) y Suchting (1992), entre otros. En cambio, Kuhn (1962) señala que la existencia de un paradigma, capaz de sostener una tradición de ciencia normal durante un período de tiempo, es precisamente la característica que permite diferenciar entre lo que es ciencia y lo que todavía no lo es (que él denomina pre-ciencia).



Objeto Fractal

La variada y desorganizada actividad que precede a la creación de una ciencia se estructura y consolida finalmente cuando una comunidad científica se adhiere a un paradigma concreto. Un paradigma está constituido por los supuestos teóricos generales, las leyes y las técnicas normativas para su aplicación, que adoptan los miembros de una determinada comunidad científica de intereses.



Los investigadores que trabajan dentro de un paradigma, ya sea la mecánica cuántica, la relatividad, o cualquier otra, practican lo que Kuhn denomina ciencia normal. La ciencia normal articulará y desarrollará el paradigma en su intento por explicar y acomodar el comportamiento de algunos aspectos importantes del mundo real, tal y como se revelan a través de los resultados de la experimentación, bajo la óptica de una determinada teoría y/o quizás también de un Programa Científico de Investigación (PIC) Lakatosiano. Al hacerlo experimentarán inevitablemente dificultades y se encontrarán con aparentes falsaciones. Si las dificultades de ese tipo no logran superarse, se iniciará un estado de crisis.



La crisis se resuelve cuando surge un paradigma completamente nuevo que va ganando paulatinamente más adeptos en el seno de una comunidad de científicos, hasta que finalmente se abandona el paradigma original, acosado por problemas, al menos en apariencia irresolubles. Tal tipo de cambio discontinuo constituye lo que se denomina una revolución científica (como el saltacionismo frente al gradualismo en la teoría de la evolución o la teoría endosimbiogénica de la evolución frente a la Darwinana). El nuevo paradigma, lleno de promesas, y aun no abrumado por dificultades (como las refutaciones o falsaciones contundentes), guiará entonces la nueva actividad científica normal hasta que esta última vuelva a chocar con serios problemas y surja una nueva crisis, que de lugar a otra evolución. Y así sucesivamente.



Los paradigmas y la ciencia normal

Una ciencia madura está regida por un solo paradigma (o matriz disciplinaria). Este paradigma establece las normas necesarias para legitimar el trabajo dentro de la ciencia que gobierna ante la quiescencia de sus practicantes. Coordina y dirige la actividad de “resolver Problemas” que efectúan los científicos normales que trabajan en su seno.



La característica que distingue a la ciencia de la no ciencia es, según Kuhn, la existencia de un paradigma capaz de apoyar la tradición que constituye la ciencia normal. La mecánica newtoniana, la óptica ondulatoria y el electromagnetismo, la mecánica cuántica y la teoría de la relatividad son muestras típicas de paradigmas, y se califican como ciencias maduras. Por el contrario, gran parte de la sociología moderna carece de un constructo de tal fortaleza y contundencia, por lo que algunos hablan de ciencias blandas y los más críticos descartan su naturaleza científica. En la práctica lo que resulta difícil es acotar con una definición precisa el concepto de paradigma. No obstante, aun es posible describir algunos de los componentes típicos que los constituyen. Entre ellos se encontrarán las leyes explícitamente establecidas y los supuestos teóricos comparables al núcleo central de un programa de investigación lakatosiano. Así, por ejemplo, las ecuaciones de Maxwell forman parte del paradigma que constituye la teoría electromagnética clásica. Éstos también incluirán las maneras normales de aplicar las leyes fundamentales a los diversos tipos de situaciones que se presentan en una disciplina determinada. También tienen que contemplarse en el paradigma los aspectos metodológicos y las técnicas instrumentales necesarias que permiten conectar tales constructos con la naturaleza. Del mismo modo, cabría añadir el modo de uso de los procedimientos encaminados para corregir los datos recopilados con la guía del paradigma. En el caso del reconocimiento e inventario de suelos, las estructuras de las bases de datos dictan, por ejemplo, que información es relevante para ser recopilada y de que modo debe hacerse.



Otro componente adicional de los paradigmas son algunos principios metafísicos muy generales, que guían el trabajo de sus seguidores. Por último, también deben contemplarse algunas prescripciones metodológicas muy generales tales como: "Hay que intentar seriamente compaginar el paradigma con la naturaleza" o "Se requieren apreciar los intentos fallidos de compaginar este último con la naturaleza como problemas serios que requieren inevitablemente ser resueltos a la mayor brevedad".



La ciencia normal conlleva intentos detallados de articular un paradigma, con el propósito de compaginarlo lo mejor posible con las evidencias empíricas. Un paradigma siempre será lo suficientemente impreciso y abierto como para permitir que se hagan ese tipo de cosas (recordar la heurística positiva de Lakatos).



Kuhn describe la ciencia normal como una actividad de resolver problemas gobernada por las reglas de un paradigma. Los problemas serán tanto de naturaleza teórica como experimental. La ciencia normal debe presuponer que un paradigma proporciona los medios adecuados para resolver los problemas que se plantean en su seno. Se considera que un fracaso en la resolución de un problema es un fracaso del científico, más que una insuficiencia del paradigma. Los problemas que se resisten a ser solucionados son considerados como anomalías, más que como falsaciones de un paradigma. Kuhn reconoce que todos los paradigmas contendrán algunas anomalías, rechazando todas las corrientes del falsacionismo. Un científico normal no critica el paradigma en el que trabaja. Sólo de esa manera es capaz de concentrar sus esfuerzos en la detallada articulación de su corpus doctrinal, efectuando el trabajo necesario para explorar todas sus potencialidades y analizar la naturaleza con mayor profundidad que en esfuerzos precedentes.



Lo que distingue a la ciencia normal madura, de la actividad relativamente desorganizada de la prenciencia inmadura, consiste en la falta de desacuerdo de una comunidad en los aspectos más fundamentales de la disciplina que les congrega. En consecuencia, de acuerdo a la perspectiva de kuhn, la preciencia se caracteriza por el total desacuerdo y el constante debate de los aspectos esenciales que conciernen a su objeto de estudio, de manera que es imposible abordar el trabajo detallado y minucioso con la anuencia de la mayor parte de su colectivo. Por tanto, puede darse el caso de que en una presciencia existan casi tantas teorías como investigadores implicados, por lo que cada uno de los teóricos se ven obligados, tanto a iniciar de nuevo a construir un corpus doctrinal, como a justificar su propio enfoque. Se trata de un rasgo característico de la ecología, por ejemplo. Por su parte la edafología no anda lejos, si bien podría tratarse de una crisis, por cuanto en décadas anteriores tales discrepancias eran prácticamente inexistentes o afectaban a segmentos reducidos de su colectivo.



En la medida en que Kuhn reconoce el papel desempeñado por un paradigma como guía de la investigación y la interpretación de los fenómenos observables, da cabida, entre otros aspectos a que se considere que los datos empíricos sean dependientes de la teoría o paradigma que les dio cabida. Kuhn insiste en que en un paradigma hay más de lo que se puede exponer explícitamente en forma de reglas y directrices explícitas. Invoca el análisis efectuado por Wittgenstein de la noción de «juego» con vistas a ilustrar su punto de vista. Wittgenstein mantenía que no es posible detallar las condiciones necesarias y suficientes para que una actividad sea considerada como un juego o no. Cuando se intenta, se encuentra invariablemente una actividad que la definición incluye pero que no se desearía considerar como tal, o una actividad que la definición excluye pero que se desearía considerar como juego. Kuhn afirma que existe la misma situación con relación a los paradigmas. Si se trata de dar una descripción explícita y precisa de algún paradigma en la historia de la ciencia, o en la ciencia actual, siempre nos topamos con que algún trabajo efectuado dentro de este va en contra de su propia esencia.



A pesar de lo dicho, Kuhn insiste en que esta situación no hace insostenible el concepto de paradigma, del mismo modo que la apreciación (o mejor dicho dilema) de juego formulada por Wittgenstein no excluye el uso legítimo de tal concepto. Aunque no exista una descripción explícita y completa, los científicos traban conocimiento con un paradigma a través de su formación científica y las relaciones con sus colegas. Un aspirante a científico se pone al corriente de los métodos, las técnicas y las normas del paradigma resolviendo problemas normales, efectuando experimentos normales y, finalmente, haciendo alguna investigación bajo la supervisión de alguien que ya es un experto en el mismo. No será capaz de hacer una relación explícita de los métodos y las técnicas que ha aprendido, del mismo modo que un carpintero no es capaz de describir plenamente lo que hay detrás de sus técnicas. Por tanto, una gran parte del conocimiento del científico normal será tácito.



Así pues, debido al modo en que es adiestrado, o necesita serlo, si ha de trabajar de manera eficaz, un científico típico será inconsciente de la naturaleza precisa del paradigma en el que trabaja e incapaz de articularla. Sin embargo, de tal hecho no se desprende que un investigador no atesore la potencialidad de articular las presuposiciones implícitas en su paradigma, si surge la necesidad. Esta última aparecerá cuando su paradigma se vea amenazado por otro rival. En tales circunstancias se verá obligado a intentar detallar las leyes generales, los principios metodológicos, metafísicos, etc., que previamente desconocía a la hora de hacer su trabajo normal, con vistas a defender a su paradigma de las amenazadoras alternativas que se presentan ante su futuro.


Juan José Ibáñez

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A.M.

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